Hay días en los que quisiera tener un botón de apagado. Desconectar el enchufe y volverme inmune al resto.
Hay días en los que no quisiera estar tan a flor de piel, días en los que me gustaría poder cerrar la llave de paso y quedarme con la piel de las mejillas completamente seca.
Lo siento mucho, (y no es disculpa) lo siento tanto, todo, tan inmenso como si fuera aplastarme, lo siento hasta que las lágrimas se vuelven tan flojas que comienzan a delatarme.
Qué cansado es sentir.
Qué cansado es tener los pensamientos corriendo como locos por la cabeza intentando descifrar si lo que me está doliendo es mío o de otro alguien. ¿Dónde lo encontré? ¿Otra vez? Un anciano, una canción, un perro solo en la calle. Un perro solo en la calle que pasa frío, que no tiene comida, ni collar, ni casa que lo reclame.
Lo siento todo, y mucho.
Como si eso que veo me pidiera que lo sostenga, que lo mire con más claridad, que por favor le de espacio, que sea yo quien se detenga a escucharle. Pesa, y pesa demasiado eso de intentar sostener la fragilidad del mundo, pesa no poder soltarla por miedo a que nadie más se atreva a poner las manos, pesa como si no fuera suficiente con sentirla, como si tuviera que darle forma o incluso, traducirla.
Qué difícil cargar este sentir tan espejo y tan abierto a todo lo que se para en frente.
A veces, solo por un momento me gustaría mirar sin que me toque, escuchar sin que me duela, seguir con la parte de la película sin obligarme a cerrar los ojos y taparme las orejas para que eso no se quede conmigo. Porque lo hace. Porque una vez que llega no puedo sacarlo como si se tratara de un bicho que por error se metió a mi casa.
¿Cómo me curo de esto? ¿Cómo le pongo pausa?
Sentir demasiado se parece a inhalar sin poder exhalar de regreso. Ya no puedo, ya no quiero, necesito un descanso. Tengo mucho frío, me duele el pecho, ¿de quién es este dolor que cargo?
Lo pido a gritos pero no funciona. No hay conjuro, jarabe, ni pócima que me lo saque. (y menos mal) porque sentir es vital. La conexión (voluntaria o no), la sensibilidad, la angustia, es parte fundamental de la experiencia humana y nos recuerda (a las buenas o a las malas) que no estamos hechos de metal.
A veces me pregunto ¿cómo sería vivir sin esta constante urgencia de volverse espejo? ¿Cómo será ir por la vida y que te de igual? Me alivio por un segundo, y me atormento por el resto del tiempo porque aunque parezca un buen atajo, la verdad es que la indiferencia no te vuelve más ligero. Al contrario, te vacía tanto que te vuelve invisible al resto.
Quizás todo esto tiene que ver con lo que hago.
Con todo lo que dejo que me atraviese para darle sentido a las cosas. Mi arte, mi creatividad, siempre han sido mi forma de estar en el mundo pero hay días en los que me pregunto si estoy creando o si lo que busco es una puerta para lo que no sé como guardar por dentro. ¿será lo mismo?
Me siento como un traductor de corazonadas. Las sostengo, las miro, las pongo de regreso. ¿Será suficiente? Creo que hay una línea demasiado delgada entre la creación y el deseo de no sentir nada. Y aunque intento justificarlo, siempre llego a la idea de que el arte es un intento de darle sentido a lo que parece inabarcable, a eso que nos sobrepasa y no se puede domar.
Hay días en los que no quiero sentir tanto. ¿pero será eso?
Quizás lo que busco es un poco de paz, algo que calme el exceso de intensidad que muchas veces me entrega el mundo. Pero de inmediato pienso en lo que se me perdería en el camino. Pienso que no sería capaz de dejar atrás la parte de mí que se atreve a mirar cuando nadie más quiere hacerlo.
Me pregunto si lo que llamo "dolor" es solo un exceso de claridad, si el sufrimiento está en la pureza de ver lo que realmente hay detrás de todo lo que implica un sentimiento.
Hay días en los que solo necesito recordarme que sentir tanto es parte de quien soy, y no hay forma de apagarlo sin apagarme a mí misma.
Me encuentro escribiendo en medio de todo eso, con un nudo en la garganta que amenaza con romperse, sin saber si quiero más o menos. Sin saber si debería apagar las luces o dejar que sigan incendiando la casa.
Sentir no es don, ni castigo.
Solo el mejor indicio de que sigues vivo
- lunatintaypluma
De niña soñaba con que el día que me fuera de casa iba a tener la mía con un patio inmenso para recoger a todos los perros de la calle. Aún no pasa, tengo un balcón de patio y un peluche que hace de perro.
“no puedes ayudarles a todos” decía mi mamá. Y no lo entendía, tampoco ahora y cuando lo digiero me dan ganas de vomitar.
Siento mucho. (y quiero convencerme de que es bueno la mayoría del tiempo) porque lo cierto es que nuestra capacidad para sentir intensamente nos conecta con los demás de maneras que muchos otros no han logrado descifrar por completo.
Quiero aclarar que la sensibilidad no te hace débil; al contrario es una fortaleza que te permite experimentar la vida de manera más profunda y por lo mismo es una fuente poderosa de creatividad.
Sentir te impulsa a explorar nuevas ideas y expresiones. (uno no siempre sale ileso) pero sí sale.
Con esta carta me despido de febrero.
Nos vemos el mes que viene para sentir juntxs y crear!!!
Puedes inscribirte mandando un mensaje a insta para más info: @lunatintaypluma
te quierooo!!!
gracias por acompañarme hasta acá!
-gaby