Creo que le exiges demasiadas cosas al corazón.
Le pides que razone, pero no al punto en que te haga dudar, le pides que no se apure, pero que tampoco se le olvide que ambos traen prisa, le pides que pierda el miedo pero jamás la prudencia.
Le pides tantas cosas al corazón que ya no puedes escuchar lo que él te pide.
Porque no sé quien fue que nos convenció de que si hay que escuchar a alguien es a la cabeza. Tal vez fue Descartes con su: pienso, y luego existo. Pero es que después de mucho, mucho tiempo pensándolo, la verdad es que prefiero sentir primero, prefiero que el corazón me diga dónde, cuándo, y que no me importe si todavía no sé que hacer con el “cómo”.
Pasa también que lo que está hecho para sentirse se escribe en un idioma un tanto distinto al que aprendió la cabeza. No digo que no lo comprenda, sino que lo más seguro es que no sepa cómo es que se debe de traducir.
De pronto hay unas cosas que se piensan con el corazón y otras se sienten con la cabeza.
Pero para verlas primero tienes que deshacerte de la idea de que lo que piensas y lo que sientes son dos cosas totalmente distintas.
Piensa en que tal vez el corazón y la cabeza son dos nombres para una misma cosa, que los dos, como ninguno, pueden “tener razón” y que al final fuiste tú quien los puso a competir por ella.
Y la verdad es que ambos juegan por y para ti. Quizás no de la misma forma, y eso es lo bueno, hay cosas que decide el corazón porque primero tienen que sentirse para poder entenderlas y otras que primero deben comprenderse para que se puedan sentir.
Lo difícil es actuar sobre ellas.
Porque al final lo único que queremos es tomar la decisión correcta. No importa quien sea que nos ayude a decidir.
Entonces, si no sabes que hacer, empieza por escuchar ambas partes y deja las peticiones de lado. Escucha y mira que si es que no te dicen lo mismo no significa que uno de los dos se equivoque, en realidad hay muchas formas de ver las cosas, pero tú eliges la esquina desde la que decides pararte a mirarlas.
Reparte el mando entre corazón y cabeza y confía en que lo que elijas es la opción que -necesitas- en ese momento. Eliges tú. No tu corazón, no tu cabeza. Piensa que ellos son la gasolina. El piloto eres tú.
Si tienes que acelerar y estrellarte eso es exactamente lo que te va a pasar. No es castigo, es parte de aprender a elegir las cosas en las que -puedes- equivocarte.
Así que no trates de buscar culpables, porque la última palabra nunca deja de ser tuya.
Y nadie dice que no puedas querer dos cosas al mismo tiempo. Pero solo tú sabes cual de esas dos es la que tiene la delantera. Si te estrellas, genial. Será una forma de que aprendas a sostener el volante para la próxima.
Acuérdate que tener coraje también es hacerle frente a la consecuencia y que tu corazón y tu cabeza están para aconsejarte, no para decidir.
Después de todo solo tú puedes salvarte de ti.
te quiero,
-g
¡Gracias por leer ¿Aló?!
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-lunatintaypluma
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