Hoy mi abuela tuvo que dormir a su perro.
Decimos “dormir” porque ninguna palabra “despierta” sería capaz de aguantar el peso de lo que implica ponerle fin a una historia que no quieres que se acabe.
Fue un accidente. Mi abuela llora sobre una banca de madera, tiene un saco de lana rosa y los ojos hecho un cristal. La perra está en la mesa de metal con la cadera destrozada. Mi mamá hace un gesto con las manos para decirme que entre, pero en principio me niego. Pienso en las últimas veces, en la imagen que se va a quedar conmigo, en la que me voy a guardar para siempre y la que va a aparecer cuando volvamos a hablar de ella.
Pero enseguida pienso que no es justo elegir la parte de la historia en la que dejas de estar para alguien.
El aire que respiro huele a medicina, la baldosa helada me desespera pero es absurdo que el piso sea de alfombra. La perra está acostada sobre un parche de algodón. Apenas veo unos puntos de sangre. El pelo largo no revela nada más. Ella, a diferencia del resto, está tranquila. Le busco el miedo en los ojos pero no lo encuentro. Está echada de lado como si fuera a tomar el sol con la diferencia de que no siente las piernas. Le miro y me mira como diciendo: “ya está, pasó esto y tú también sabes que hacer”.
Pero yo no sé nada.
Sé que el aire huele a químico y que el piso es helado. Sé que mi abuela reconoce este dolor y que yo también me acuerdo cuando lo vivimos por mi abuelo. Fue un accidente.
Y como todo accidente: pasó cuando no tenía que pasar.
Ni el como, ni el cuando, ni el dónde. Hay finales que parece que llegan antes de tiempo. Este en particular llegó pateando la puerta y no tuvimos de otra que dejar que pase.
Quiero decir algo que alivie, algo que recubra el dolor para disminuir su efecto, así como una alfombra.
“¿Pero ya no le duele cierto?”, la doctora me salva con sus palabras de morfina cuando contesta que no.
¿La decisión es final? nos pregunta
Mi abuela sigue intentando secarse los ojos. Yo le respondo que sí en contra de mi voluntad pero a favor de salvar esta causa.
Hay tres jeringas. Dos blancas y una de color amarillo. El líquido comienza a resbalarse por las paredes de plástico del tubo. La miro. “Así no era” pienso, y ella me mira como “Así es”. Como si supiera que la historia había sido escrita así desde el principio. Como en calma.
Como si estuviera de acuerdo con este final.
La doctora le da la bendición, y mientras le dibuja una cruz sobre la frente a mí me alivia saber que hay alguien que también sabe que los perros van al cielo. Su cuerpo pequeño comienza a relajarse hasta que entrecierra los ojos. Mi abuela le besa la cabeza antes de regresar a la banca.
Fue un accidente.
Una despedida forzada.
Hay finales con los que nunca vamos a estar de acuerdo.
Pero la realidad es irreversible. Y por eso no podemos ganarle.
Se que mientras escribo esto, mi abuela está librando el departamento de cualquier indicio capaz de demostrar que ahí hubo un alguien que nunca más va a volver.
Con la memoria no hay como hacer lo mismo. Por lo menos no tan deprisa. La gente que alguna vez amamos y la que nos lastimó se queda un buen rato con nosotros. Pronto será el turno de otras, pero por ahora, creo que la opción más ligera es agradecer el tiempo que pudimos compartir la existencia con quienes ya no están y atesorar a los que todavía nos acompañan.
A veces pensamos que evitar el dolor es una forma de que no nos haga daño. Pero quiero creer que el dolor es señal de que hubo algo que en un principio estuvo bien, algo que fue nuestro, y que supimos amarlo.
Quiero creer que la tristeza de una despedida forzada pesa mucho más por el amor que quedó pendiente de entregar.
Pero que contra todo pronóstico, aquí sigue.
En este preciso instante, en cualquier parte del mundo hay alguien que se está despidiendo a la fuerza.
Hoy fue el turno de mi abuela.
Es increíble lo bien recreada con palabras una interacción carente de las mismas. Cómo todas las relaciones con animales, que no las necesitan. son auténticas, puro amor o pura verdad. Cualquiera que haya conectado con un animal sabe que son maestros y se van cuando ya nos han enseñado lo que necesitábamos. Todo mi apoyo en estos momentos tan duros.
Eres una Genia 🤍