No sé quien me la prestó.
O si tal vez es una de esas penas que lograron encontrar el camino de regreso.
Me pregunto ¿cómo es que vuelven las cosas que habían dejado de doler? ¿dónde estaban mientras? Y la verdad es que creo que, sin darnos cuenta, hacemos una especie de pacto irrompible con eso que casi acaba con nosotros.
Esta tristeza no es mía, pero yo sí soy de ella.
Por eso es que sabe dónde encontrarme. Porque nunca se nos olvidan los lugares a los que alguna vez llamamos casa.
Y hay muchas cosas que aprendí de Ella:
Como que hace muchísimo ruido al llegar, pero que siempre se marcha de puntitas porque no sabe despedirse.
Aprendí que abrasa con la “s” porque nadie le enseñó a hacerlo con “z”.
Y que tiene las manos frías para evitar que los recuerdos se pudran.
Aprendí que llorar es querer ver con claridad. (Porque nos enseñaron a lavarnos las manos, pero no los ojos.)
No entiendo el cómo, pero sí el porqué.
La tristeza es ese punto intermedio. La mitad de la escalera en donde uno decide si está a tiempo de subir, o de volver a bajarse.
Por eso regresa. Para ayudarte a decidir si corres (de) o (hacia) el camino que estás eligiendo.
Porque solo te recuerda la herida cuando siente que vas a hacértela de nuevo.
Hacemos un pacto irrompible con lo que casi acaba con nosotros justamente porque no pudo hacerlo.
Por eso es que creo que la tristeza pertenece a las cosas que siempre vuelven, porque aunque no la sientas tuya, aunque regrese y descubra que volviste a pintar las paredes, y que hay flores donde antes lloraron juntas, ella no se olvida de ti.
Mi tristeza no es un recuerdo que duele, es un testigo de que volví a ser feliz.
-lunatintaypluma