Qué rabia que las cosas no se terminen -por lo que se dijo-, sino por lo que -no se pudo decir- a tiempo.
No es juego pero todos ya sabemos las reglas. Si alguien pregunta ¿cómo estás? uno tiene que responder con un “bien”monosílabo y devolver la pregunta de regreso como si fuera una granada: “¿y tú?”
Así, cada quien guarda lo suyo. Así seguimos ignorando lo peligroso que puede ser contestar con lo que realmente es cierto. Aunque si no lo hacemos no es por falta de ganas, sino por el miedo de que el otro no sea capaz de sostener eso que realmente queremos entregarle.
Evitar conversaciones debería ser un deporte olímpico, pero creo que no alcanzarían las medallas para tanta gente. Porque hay palabras pesan demasiado. Y no todo el mundo encuentra la fuerza para estirar los brazos.
Por eso las guardamos, por miedo a incomodar, por no querer sonar exagerados o simplemente porque queremos convencernos de que si no lo decimos, no puede doler.
Lo que no se habla empieza a crecer en silencio como el moho en las paredes de una casa. Al principio es invisible, pero tarde o temprano el olor se vuelve imposible de ignorar.
El tiempo pasa hasta que un día te despiertas y la pintura en la pared está completamente reventada.
¿Cómo estás?
Creo que muchas cosas se terminan, no porque debían de terminarse, sino porque no supimos hablarlas a tiempo. Porque preferimos no sacudir el agua, aunque nos estuviéramos ahogando.
Pensé en todas las veces que me callé para no incomodar. En lo que no dije cuando cuando el agua todavía estaba tibia. Pero ahora solo tengo baldes de agua helada.
Por eso creo que es mejor hablar de lo que no nos gusta hablar antes de que sea demasiado tarde para poder hablarlo.
Confunde, aunque no es trabalenguas, pero creo que decirse la verdad es una de las formas que tiene el amor (aunque precisamente no la más bonita). Seguro es una de las más profundas. Decirse la verdad aunque cueste. Aunque no sea fácil de digerir y sacuda un poco lo que creíamos estable.
Yo he aprendido (a veces a la fuerza) que uno puede construirse una narrativa entera para no tener que enfrentarse a lo que realmente siente. Que puede justificarse, convencerse, repetir cosas como “no es para tanto” o “seguro se me pasa”. Pero el cuerpo sabe. El cuerpo guarda y aunque te tapes los oídos, en algún punto te obliga escuchar.
Siento que mentirse a uno mismo es como llenar una maleta con cosas que no necesitas solo porque no sabes si vas a volver. Es cargar peso por si acaso.
Pero el precio es alto: caminar se hace más lento. Y en algún punto tu espalda ya no puede más.
Así que antes de que se te quiebre la columna, te comparto un par de ideas que quizás ayudan a desocupar la maleta:
- No esperes el momento perfecto. Las conversaciones importantes nunca llegan con aviso. A veces hay que interrumpir la comodidad para salvar lo que importa.
- Lo que te duele es válido. No necesitas justificarlo o minimizarlo para que exista. Sentir es suficiente motivo para hablar.
- No hace falta saber cómo empezar. Basta con un: “esto me cuesta, pero quiero intentarlo”. Lo sincero no necesita adornos.
- Escucha con atención real. El otro también puede estar esperando ese espacio seguro para decir su parte. (y no hay garantías de que te guste la respuesta)
- Sé claro. No todos saben leer entre líneas. Decir las cosas con respeto es mucho mejor que dejarlas a la interpretación.
- No todo se puede salvar, pero todo se puede decir.
Y decirlo bien, a tiempo, con cuidado, es una forma de cerrar las heridas antes de que se infecten.
Decir lo que sientes no siempre es fácil (pero debería). A veces se hace con las manos frías y con la garganta tensa. Aún así, hay algo profundamente liberador en no deberse nada. En irse —o quedarse— con la certeza de que se intentó, de que fuimos honestos, de que hablamos sin tener que acudir a los gritos.
Por mi parte ya no quiero acumular silencios. No quiero seguir inventando excusas para no decir lo que pesa. No quiero mirar hacia atrás algún día y pensar: ojalá lo hubiera dicho antes.
Elijo hablar. Elijo ver que si algo se me escapa no es porque me faltó coraje de ponerlo en palabras.
Porque negarse lo que uno siente es como vivir bajo un techo lleno de agujeros y fingir que no hay goteras solo porque el balde aún no se desborda. Pero el agua cae. Siempre cae.
Por favor, habla antes de que sea demasiado tarde.
-lunatintaypluma
A veces la voz nos traiciona porque se quiebra, pero tal vez lo que pasa es que le falta un poquito de fuerza, unas cuantas de repeticiones para aguantar el peso de lo que queremos decir. Si no sale de tu garganta, intenta ponerlo en papel.
Sea la forma que elijas, sácalo con cuidado y con amor (recordando que no siempre podemos adivinar las consecuencias).
No hay forma perfecta de hacerlo, ni tampoco manera en la que te garantice que no te va a doler (o que evites lastimar a otro) pero al final uno siempre sabe lo que puede (y lo que aún no puede) compartir con ese alguien.
Pero si ese alguien eres tú, por favor ya no te mientas.
gracias por leer hasta acá,
te quiero,
-gaby
me siento triste porque estoy hace ya un tiempo "practicando" esto de hablar y me ha pasado de que me he mostrado disponible, vulnerable, dispuesta al cambio y desde el otro lado solo me tomaron para el chiste. la verdad duele porque uno verdaderamente quiere intentarlo pero vincularse con los demás es difícil a veces también. independientemente de cuanto uno lo intente y las buenas intenciones que nos acompañen.
No resulta fácil en ocasiones el hablar, desnudarse, sentirse vulnerable, incomodo a la vez que incómodas.
De tarde, aunque nunca lo es, aprendi, y sigo haciéndolo, el hablar, sincerarse y mostrarme quien soy antes que ser la tumba de mi propio silencio.🙏🫂
Gracias por tus palabras.