Hay recuerdos para los que no hace falta cerrar los ojos.
Mi mamá me enseñó a escribir.
Me acuerdo de sus uñas pintadas apretando suave sobre las mías la primera vez que me enseñó a sujetar un lápiz. “Este dedito encima, este dedito aprieta acá abajo”. Como si ubicar los dedos hubiera sido parte de mostrarme cómo sostener el mundo. (y lo fue).
Me enseñó a ponerle nombre a las cosas. A decir: mamá, agua, quiero, no, “otra vez”.
Me enseñó también (pero a penas lo voy entendiendo) que ciertas cosas tienden a complicarse cuando comenzamos a crecer. Por ejemplo el: “otra vez”
Para esto, creo que es importante señalar que hay recuerdos que no tienen música de fondo ni palabras importantes. Pero que si se quedan contigo es precisamente por su simpleza.
El mío pasa en una escena así: yo en la mesa, un cuaderno abierto, y mi mamá arrancando con cuidado la hoja. “Hay que repetir”.
Lloraba pena pero más con rabia (como cuando uno llora porque aún no es capaz de entender las cosas por completo). Una vez que terminaba la tarea (de nuevo), ella ponía la hoja arrancada al lado de la nueva, ¿cuál te gusta más?. Y la respuesta siempre fue la misma: La segunda, me gusta la segunda mamá.
Se lo he dicho en broma: “por tu culpa soy perfeccionista”, (casi me atreví a creerlo), pero el tiempo hizo lo que mejor sabe hacer y entendí que nunca se trató de corregir un par de tachones o letras torcidas.
Lo que mi mamá quería era mostrarme que soy capaz de aceptar que me equivoqué, que puedo mirar con claridad lo que no me convence y que el esfuerzo no se borra solo porque algo se intenta -otra vez-.
- Que de ser necesario, puedo empezar cuantas veces necesite aunque primer pese, aunque me niegue, aunque no tenga una idea clara de cómo hacerlo.
-Que no tengo por qué conformarme con algo que no me convence del todo solo por evitarme el trabajo de ir por lo que sé que sí.
- Que es más fácil perder el miedo a comenzar si te das cuenta de que es peor quedarte donde no estás feliz que arriesgarte a probar algo distinto.
- Que lo que se arranca de raíz al final termina haciendo más espacio para sembrar otras cosas.
Yo lloré sin saber que me estaba enseñando a no rendirme cuando las cosas no salían “bien”.
Y que hay mucho coraje en dejar ir lo que definitivamente no corresponde. Que, de hecho, hay cosas que solo se logran si hacemos las paces con la idea de que no todo puede ser perfecto de inmediato. (y no tiene porqué)
Sé que el miedo a “no hacer las cosas bien” a veces se toma un café conmigo, pero entre taza y taza he ido aprendiendo que lo que realmente me aterra es quedarme quieta (y calentita) con lo que en el fondo sé que no es para mí y que lo siga eligiendo solo porque aún no me incomoda lo suficiente.
A veces, pienso que esa era su lección en el fondo: “No todo lo que se borra es un error, a veces solo es parte del proceso.”
Mi mamá no me enseñó a escribir “bien” o a hacer la tarea para que quede ·perfecta”. Me enseñó a ser resiliente, (en aquél entonces no hubiera sido capaz de entender esa palabra).
Me enseñó a levantarme cuando sentía que era más cómodo quedarme abajo. A no conformarme con lo fácil, a buscar lo que realmente me mueve hasta el punto en el que sienta que me nacen alas.
Ahora lo veo en mí. Cada vez que me permito volver a empezar, está ella. En mi forma de hablarme con paciencia. En la manera en la que trato de nombrar mis miedos. En cómo, incluso después de que algo se rompe, comienzo a hacer espacio para lo que sí puede crecer.
Mi mamá me enseñó cosas que ni ella sabía que me estaba enseñando.
Me mostró lo que ella pudo hacer con sus manos, a su forma, con las metáforas que fueron suyas y que ahora encuentro en cada esquina de mis escritos.
Me enseñó que los pájaros son libres porque siempre saben cuando es tiempo de irse, y que una puede ser valiente sin hacer tantísimo ruido, que empezar (otra vez) no es rendirme, es tener el valor de elegir lo que en verdad quiero.
Gracias a ella por estar en todos mis comienzos, por darme el lenguaje y la fuerza para decir: “esto no me basta, esta no soy yo, si quiero puedo hacerlo otra vez”.
Hoy, mientras escribo esto, sigo pensando en todo lo que ella me ha dicho sin decir. En eso que hoy me acompaña y que me sigue dando fuerza aunque ya no siempre tenga que tomarme de la mano para enfrentarlo. (aunque a veces sí)
En la escuela dicen: “mi mamá me ama”, “mi mamá me mima”, pero mi mamá no hace solo eso. Mi mamá me da coraje, me regala paciencia, me recuerda que puedo volver a comenzar incluso si me encuentro a mitad de vuelo.
Mi mamá no arranca hojas,
arranca miedos.
-lunatintaypluma
No te compré flores mami, pero te escribí una carta. Aquí te comparto mis fragmentos favoritos de escritoras que parece que también te hablan a ti:
“Mi madre no me explicaba el mundo. Me lo mostraba. Me decía: ‘mira’. Y en ese gesto cabía todo el lenguaje que me haría escritora.”
-Anne Carson
"El amor por mi hija me salvó de perderme en el vacío. Pero también me ató. No como una cadena, sino como una raíz. Me obligó a mirar hacia adentro, y a entender que el mundo no es lo que te da el amor, sino aquello por lo que luchas para no perderlo."
-Doris Lessing
"Mi madre era como una selva. Nunca sabía qué encontraría en ella. A veces dulzura, a veces tormenta. Era vasta. Como un país que yo no terminaba de comprender, y sin embargo, en el que yo era ciudadana."
-Margaret Atwood
“Mi madre tenía una voz que a veces parecía recordar por mí. Cuando la escuchaba contar historias, sentía que no era hija de ella, sino de su memoria.”
-Ida Vitale
PD: Cada hoja que arrancaste me trajo a escribir un mejor libro. Te amo para siempre.
-gaby
qué hermoso.
Y mi mamá también 😍 que hermoso e importante post 🙌