Como si no fuera lo suficientemente difícil, llega un día en el que los números comienzan a mezclarse con las letras.
No me gustan las matemáticas. Me cuestan, me estorban, me hacen llorar. No me gusta que siempre se sienten como pregunta y que a pesar de eso exigen certezas.
Dos mas dos siempre van a ser cuatro. Da miedo. No sumar, sino saber que hay cosas que no pueden cambiarse nunca. Que para ciertos momentos en la vida, las reglas vienen claras y con soluciones exactas. Que pueden haber mil formas de resolver algo que no entiendes pero que al final existe una sola respuesta.
Perder a alguien se parece mucho a aprender álgebra.
Imposible, al principio, e insoportable en el camino. Es un idioma que de un instante a otro te ves en la obligación de aprender a hablar.
Sé que hay cosas que nadie puede explicarnos sobre el duelo. Pero lo que sí se es como se siente: Es un vacío inmenso que llega de un buen golpe. Se incrusta en medio de las costillas, apaga todas las luces y cierra hasta la última ventana.
De un rato a otro no hay espacio para otra cosa que no sea esa sensación de que tienes frente a ti algo que por mucho que te acerques a ver, no vas a poder entenderlo nunca.
Son matemáticas: Alguien se va y la vida se descuadra.
Te quedas haciendo cuentas imposibles: lo que no dijiste, lo que pudiste haber hecho, lo que se supone que tenías que hacer y ya no puedes.
El duelo es una especie de ecuación que no termina de cerrarse. Porque por más que sumes compañía, rutinas, recuerdos nuevos; la ausencia sigue siendo un número tan grande que gana la resta.
Creo que lo más doloroso del duelo *y el álgebra está en la parte irreversible. En el hecho de saber que existe una sola respuesta para lo que pasó, que el resultado final ya fue escrito, y que no importa el camino que tomes porque la ecuación ya tiene una respuesta definitiva.
Es el recordatorio permanente de que no importa lo que hagas, aquí hay algo que falta, es ponerle una “x”y pasar semanas, meses probando fórmulas que te ayuden a encontrarle sentido al hecho de que innegablemente: dos más dos son cuatro.
La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se termina.
-Joan Didion
Hay días en los que parece que por fin entendiste algo. Que logras -despejar- un pedazo. Pero entender no significa estar de acuerdo. Y esa parte es la complicada.
Porque el duelo no sigue fórmulas. Es un número irracional: no se termina nunca de escribir. (mucho menos de entenderse).
Alguna vez escuché que perder a alguien se siente como cargar un bloque de acero para toda la vida.
Y es cierto, pero toda la vida es muchísimo tiempo.
Nunca falta alguien que sugiere que “dejes que el tiempo haga lo suyo”, pero si lo piensas bien, el tiempo no hace absolutamente nada, en realidad creo que el crédito que le damos le corresponde a algo a lo que podría llamarle: práctica.
Se necesita práctica.
Pero nadie entiende bien este deporte. Nadie entra a jugar voluntariamente, y todos, en algún punto nos vemos obligados a vestir la camiseta. Creo que en el duelo las reglas son definitivas pero no enteramente claras, porque no solo se trata de llorar la ausencia de alguien, sino, sobre todo del hecho de sentir que perdiste de -manera irreversible- una parte de ti. De que fuiste, y eras, pero nunca más con esa parte.
Sé que hay cosas que se supone que no tienen que pasar.
Y sé que hay finales con los que nunca vamos a estar de acuerdo. Sé sobre todas las cosas que perder a alguien jamás va a sentirse justo. Nunca.
Pero no importa cuantas respuestas lógicas encuentres, o cuantas soluciones se te ocurran porque no hay explicación lo suficientemente racional como para revertir lo que es irrefutablemente irreversible.
Hay algo patético y salvaje en seguir esperando a que las cosas que perdimos regresen a nosotros. En hacer listas. En revisar lo último que dijimos. En preguntarse si una coma mal puesta podría haber cambiado el final. En decir: “esto no puede estar pasando” cuando sí, pasó y con todas las letras.
Pero creo que nadie aprende a “superar” una pérdida.
En realidad, creo que el duelo no se trata de “superar” algo, sino más bien de aprender a -hacer espacio- para que lo que -perdiste- pueda vivir adentro tuyo mientras tú, sigues viviendo.
No llega el día en el que por fin “se supera”, lo que llega es el día en el que aprendes a vivir con lo que pasó sin que la vida tenga que ponerse en pausa.
Es una práctica.
Es eso lo que aligera el bloque de acero. No es que de pronto se aliviana, es la repetición la que te da la fuerza de sostenerlo sin que te duelan tanto los brazos. No se vuelve fácil, sino que te vuelves lo suficientemente fuerte para sostenerlo.
“No puedes cambiar lo que pasó.” me dijo E. “pero sí puedes quitarle el peso que le estás dando”. Quizás por ahora, o quizás para poder caminar con menos dolor de espalda.
De todas formas pienso que la peor parte no es la tristeza, sino la desorientación. Es estar sin brújula en un lugar que ya no reconoces.
Pero sobre todas las cosas, quiero pensar que el duelo es el amor que teníamos por ese alguien y que ahora se quedó sin un lugar a donde ir.
Es
una
práctica.
Y nunca resulta perfecta.
Es volver a abrir todas las ventanas para que el aire pueda llevarse el polvo aún sabiendo que: nunca, nada va a volver a ser igual que antes y que hay cosas que definitivamente son irremplazables.
Por un rato parece que sí, pero es verdad que el mundo no se detiene. Todo sigue: correos, facturas, gente que pregunta sin saber mientras tú intentas encontrar la forma de seguir el ritmo de una vida que no reconoce lo que perdiste. Y lo haces. Por ti, y porque no queda de otra.
Porque si lo piensas, eso que falta sigue estando. Se mueve contigo. Se sienta en la silla vacía. Duerme del lado que hoy dejas intacto.
Es una práctica y una forma de lealtad.
Lealtad a lo que fue. A lo que mereció ser querido. A lo que dolió perder porque de verdad importaba.
Y no es que te estás aferrando al dolor. Es que no quieres mentirte diciendo que no dolió tanto. Duele, dolió, seguirá doliendo.
Hasta que un día entiendes que reírte otra vez no borra nada. Que volver a estar bien no es falta de lealtad. Es respeto. Por lo que viviste. Por lo que te dio forma. Y porque no hay una versión de ti “antes de” y otra “después de” la pérdida.
Están las dos juntas. Y una no existe sin la otra.
Seguir con la pena, pero sin dejar que te arrastre.
Acordarte sin convertirte en museo.
Que un día se te olvide por un rato —y que no te duela tanto— Eso también es parte de una herida que se cierra con cariño y con cuidado.
He perdido mucho en mi vida, me despedí para siempre de gente que amo y que me amó de la misma forma.
He soltado en contra de mi voluntad y a regañadientes, solo para saber que al final esa pérdida no se llevó nada. Que al contrario, ese hueco inmenso que tengo en la mitad del pecho no es vacío, sino la forma que tiene el corazón de “hacer espacio” para que el amor que un día entregué pueda volver, (mientras tanto) a su casa.
Quizás sea mejor pasar ese tiempo siendo testigo de esa devolución en lugar de insistir en cambiar el final de la historia. Quizás no es lo más fácil pero sí lo más amable contigo.
Es un proceso, y hay que creer en que en algún momento la ecuación vuelve a cuadrarse. A veces a la vida le da por mezclar números con letras.
Pero no hace falta entender la matemática si nunca se te olvida que lo que perdiste jamás te resta.
-lunatintaypluma
Hace unos días me volví a encontrar con la pérdida. Fue de golpe y salpicó por todos lados. Este escrito salió de ese lugar, de verme intentando luchar contra lo que pasó porque “se supone que no tenía que haber pasado.”
Escribí esto para L. S. y S.
Ahora que la vida empieza a parecerse un poco a aprender álgebra quiero que sepan que no están solos, que si lo necesitan me aprendo la materia entera para ayudar a hacer todos los cálculos. Que esto va a pasar y que mientras tanto espero que el amor ya esté haciendo su camino de regreso.
Les quiero, muchísimo
y lo siento.
-Gaby
Gracias Gabi, hace dos días mi compañera de vida, mi perrita preciosa se me fue en mis brazos, qué complicado es existir con este vacío que llegó de golpe.
Tus palabras sanaron muchas cosas y le dieron nombre a otras.
Un abrazo, y lo siento.
Uff... ese final me conmovió... ❤️🩹
Precioso texto, Gabi.