Cuando estoy triste tengo la -mala- costumbre de enlistar las razones por las que no debería estarlo.
Encuentro muchísimas. Entonces ya no solo me siento triste sino también ingrata.
Me urge estar bien, sacudirme esta sensación que se me pega como el pelo de perro sobre la ropa negra. Quiero “estar bien” porque no tengo razón para no estarlo, ¿o sí?.
Me doy cuenta que cuando no puedo nombrar lo que me pasa no es porque lo desconozco, se perfectamente lo que me duele y cómo, solo que no lo quiero ver.
Le echo tierra encima, me distraigo con lo que tenga a la mano, comienzo otra lista y digo: “estás bien” a ver si así es más fácil creerlo.
Hay algo cómodo en mirar el desastre de los demás. No es por morbo.
Bueno, a veces sí. Pero sobre todo es porque nos da permiso para ignorar la casa inundada y llena de grietas. Hay quienes se refugian en las noticias, otros en los dramas ajenos —los de verdad y los de WhatsApp— y otros en ayudar, casi con devoción quirúrgica.
"Estoy para lo que necesites" dices, mientras por dentro se te llena de agua la casa.
Yo también he sido de esas. Las que se especializan en diagnósticos emocionales ajenos, pero no abren ni por error su propia historia clínica.
Porque mirar el propio dolor exige una honestidad que no siempre tenemos ganas (ni fuerza) de ejercer. Y porque duele más cuando te detienes a escucharlo.
Negarlo, en cambio, te deja “funcional”. Rota, pero puntual en el trabajo. Con insomnio, pero con todos los platos lavados.
El problema es que negar algo no hace que desaparezca. Solo lo convierte en ruido blanco: una incomodidad constante que (por desgracia) aprendes a ignorar hasta que te olvidas cómo se sentía antes.
Arreglas todo menos a ti.
Dices "yo estoy bien" con tanto entrenamiento que ya ni pestañeas. Pero cada tanto, cuando se apaga el ruido —la pantalla, las conversaciones, la rutina—, aparece lo que dejaste a un lado.
Sabes contener. Sabes decir lo justo. Y eso da la impresión de que estás bien. De que ya pasaste por todo y saliste ilesa. Pero no es cierto.
Leer grietas ajenas te da una estructura. Como si ocuparte de otros fuera una forma de tener un propósito. Como si el tuyo pudiera esperar.
Y lo has dejado esperando tanto tiempo que ya no sabes ni por dónde empieza. Porque cuando lo tuyo dolía, no parecía tan grave. Porque nadie lo vio. O porque si lo vieron preferiste seguir de largo.
Entonces ahora cada vez que sientes algo parecido, lo comparas. “Hay quienes están peor.” “Esto no es tan importante.” “Puedo con esto.” Y así, sin querer, vas creando una especie de vacío en el que tú no cuentas.
Conozco mis mecanismos, cuando el dolor me sobrepasa busco uno más grande, uno que no sea mío, lo comparo y le muestro lo chiquito que se queda frente a las cosas que importan de verdad.
“Hay guerra en Gaza”. Me recuerdo bajo el supuesto de neutralizar lo que sea que esté intentando amenazarme. Pienso que así no me va a doler, resalto con doble línea mi realidad privilegiada con respecto a una que ni si quiera me siento capaz de describir acá.
Tengo un archivo imborrable en mi cabeza: Es un video de un hombre de unos sesenta años empujando un carrito de bon-ice en medio de un aguacero. Va despacio y usa el carro de bastón porque solo tiene una pierna. “ESO, eso es dolor” digo con los ojos hecho un charco.
Funciona, pero ¿te cura? me preguntó E.
“Tomo prestado tu dolor para no tener que lidiar con el mío”
Tengo el cartel colgado en el pecho. Los colecciono y los archivo en el estómago porque es el único lugar que nunca me miente. En principio pensé que lo hacía por perspectiva, o por recordarme que nada es tan terrible como lo que está pasando en un mundo que va tan rápido que nadie se molesta en regresar a ver.
La cosa es que hay personas que se especializan en la lectura de grietas ajenas.
Lo que pocos notan —porque ni siquiera tú lo nombras— es que esa vocación muchas veces nace del propio abandono. De haber aprendido a no ocupar espacio.
Por eso el dolor ajeno se convierte en refugio. En tarea, porque mientras acompañas a alguien más a atravesar su oscuridad, puedes olvidarte un poco de la tuya.
Pero bien sabes que no desaparece por mirar hacia afuera. Solo se transforma en cansancio, impaciencia, y una tristeza vaga que no entiendes bien de donde viene.
Dejar de usar el dolor ajeno como “cobija de tigre” no es fácil. Te deja sin defensa. Te obliga a quedarte contigo. A verte y sostener lo que otros no vieron. Pero también te devuelve. Te ancla. Te recuerda que no viniste al mundo solo a remendar a otros.
Porque mereces tu propia atención.
Así que si no sabes por dónde empezar, tal vez empieza de a poco ¿no?:
Deja de justificar tu dolor. No tienes que explicar por qué duele.
Di la verdad cuando alguien pregunte cómo estás.
Escribe lo que no te atreves a decir en voz alta. No para compartirlo sino para dejar de esconderlo.
Pon límites, incluso con quienes quieres ayudar. No estás obligada a sostener todo siempre.
Haz espacio. Un día sin distraerte con lo de otros puede ser incómodo, pero también necesario.
Da igual cuánto abraces a los demás si nunca te atreves a sostenerte a ti.
Si te duele, mira primero ahí.
-lunatintaypluma
Gracias gracias gracias por leer hasta acá. Seguro te diste cuenta que Julio ya está asomando las orejas!!! así que -por ser parte de este círculo que amo tanto- quiero platicarte primero sobre los espacios que vienen este mes.
(de aquí salió mucho de lo que leíste en esta carta).
Hablaremos de dos ritmos: “LO QUE SOSTIENE Y LO QUE TE MUEVE”
Este taller es una pausa intencional. Está compuesto por dos encuentros distintos hechos para revolver un poco lo que esta estancado y preguntar con calma: ¿qué me sostiene cuando no sé?
Trabajaremos desde la escritura, el cuerpo y la contemplación sabiendo que: No buscamos respuestas finales, sino explorar la claridad desde un sitio mucho menos caótico y más creativo.
Escribimos, soltamos y recogemos lo que necesario para seguir con la siguiente mitad del año, pero sobre todo porque siempre es necesario darle un espacio al corazón y a la cabeza para ver en qué pueden ponerse de acuerdo.
Así que para ser parte de CLARIDAD EN CALMA puedes enviar un dm a: @lunatintaypluma en insta o un correo a lunatintaypluma.gs@gmail.com.
¡seguro nos vemos pronto!
ha sido hermoso coincidir.
te quiero,
-gaby
Creo firmemente en que está bien no estar bien y que, aunque sea una costumbre compartida (paso por eso igual que tú), hay que darle valor a cada cosa que sentimos por más grande o pequeña que sea.