Primero piensa en la sensación terriblemente familiar de que te equivocaste de carril cuando ves que los autos del otro lado avanzan mucho más rápido que tú.
En el kinder quería leer más rápido, correr más rápido, crecer más rápido.
A veces creo que me enfoqué tanto en el “más” que por eso la vida se volvió un suspiro, (así como para contradecirme). Ahora leo, corro y crecí, pero todavía sigo pensando en que no soy lo suficientemente rápida. De un rato a otro pasé de aprender a andar en patines a aprender a manejar, de memorizarme las tablas de multiplicar a no olvidarme nunca de la fecha en la que tengo que pagar la renta.
Hay días en los que siento que el mundo quiere recordarme que estoy tarde y se empeña en mostrarme que me equivoqué de carril y que hay mucha gente que me lleva la delantera.
Hay días…(últimamente muchos) en los que me encantaría sentarme a llorar en la calle sin sentir vergüenza (como cuando le hacía berrinches a mi mamá en el piso del centro comercial.)
Come rápido, aprende rápido, cúrate rápido, suelta rápido, rápido, rápido, rápido!!!
La vida pasó y no me di cuenta. Pasa que en algún punto (no se cuál) me convencí de que la felicidad es rapidísima. (y que si no le sigo el ritmo no voy a poder alcanzarla nunca.)
Pero no es que ya no quiera correr. Es que ya no puedo.
Y esto se siente como confesar un secreto oscurísimo pero la verdad es que: estoy cansada. Pero no como quien pausa para poder tomar aire.
Sino como alguien que de pronto para y se deja caer sobre las rodillas mientras se agarra el pecho (que se está incendiando) y dice: ya.no.puedo.más.
Algo que no te dice la gente que vive corriendo es que cuando el día a día se vuelve una carrera el descanso se siente como algo que tienes que “ganarte”.
Viaja, conoce, triunfa, agradece, perdona, sé mejor, sé feliz.
El otro día leí que el cerebro no entiende la diferencia entre el miedo de sentir que un dientes de sable te persigue y el de saber que tienes muchos pendientes. “Tu cerebro solo busca sobrevivir” decía, y a mí me impresionó esa palabra. Esa forma que tuvo la literatura de demostrarme que gran parte del tiempo mi cabeza cree que vive en peligro. Que lo que considero como mi casa, es un lugar que no es seguro para mí.
Entonces me pregunto. ¿De qué estoy corriendo? ¿A dónde voy con tanto apuro? ¿A qué siento que sobrevivo? ¿Por qué mientras escribo esto estoy pensando en lo que tengo que hacer después?
Son preguntas que hay que masticarlas bien como para que no duela digerirlas. En eso ando. Con dolor de estómago pero aprendiendo a responder.
Y creo que para estas “molestias” la curita que a todo el mundo le gusta es la de “vivir el presente”.
Pero al parecer para mí “vivir el presente” es algo mucho más difícil de lo que dicen los libros. Aunque tampoco pienso que sea imposible. Porque quiero creer que si he tenido la fuerza de no parar, voy a tener la misma convicción para detenerme ahora que lo necesito.
Ahora que mi mente y mi cuerpo me lo piden a gritos.
Me duele la espalda y tengo ampollas en los pies. “Es como intentar correr con la pierna rota” dijo mi mamá. Y eso es lo que estado haciendo en nombre de “alcanzar mis sueños”.
Pero de nada sirve ser la más rápida de la clase si no tienes idea de a dónde vas o por qué es que estás corriendo.
Lloro de la nada y se me amortiguan las manos. Tal vez es mi cuerpo diciendo: por favor no más. Espero que me perdone por pedirle que se calle antes. Ya sé correr, ahora necesito aprender a detenerme.
Si algo puedo decirte después de esto que se siente como una confesión es que creo que lo que todo lo que soñamos no vive en un lugar al que simplemente se pueda llegar corriendo y ya. La mayoría del tiempo pensamos que sí y seguro por eso que vivimos con el pie pegado al acelerador.
Pienso que lo que soñamos de verdad se construye con ritmo propio. Que las cosas que amamos ( y que son para nosotros) no nos despiertan en la mitad de la noche para que corramos detrás de ellas sino que nos besan en la frente antes de dejarnos dormir.
Respira. Si los autos están corriendo del otro lado, no siempre tienes que cambiarte de carril.
-lunatintaypluma
Recién aprendí lo que significa un ataque de pánico. No sé si viste intensamente, pero la escena en la que la ansiedad no puede dejar los controles parece muy atinada. Se me llenan los ojos de agua escribiéndolo acá (ahí otra señal de la pausa tan necesaria.)
Si necesitas detenerte. Que esta carta sea tu semáforo rojo para que puedas ver hacia donde quieres llegar. No tienes que decidirlo ahora.
te quiero mucho
gracias por leer hasta acá
- gaby
Describiste mucho de lo que siento y he sentido gran parte de mi vida. GRACIAAASS. 🖤🌹
Me crees si te digo que estoy leyendo esto por “casualidad” por segunda vez, horas después de un ataque de pánico? Te adoro, adoro tu poesía